Lo que me pasó con Casablanca supongo que es lo mismo que
me pasa con todas las grandes ciudades, que me parecen lugares fríos,
desprovistos de cualquier tipo de ambiente acogedor, en el que cuesta mucho sentirse integrado, no se deja de
tener la sensación de ser un número más de tantos que pasan por allí al cabo
del tiempo.
Sin lugar a dudas el alojamiento
en el que pernoctamos en la ciudad fue, con diferencia, el de menos encanto de
todos los que habíamos probado hasta ese momento, tanto en este viaje como en
el resto de desplazamientos que había hecho por el país. Era un sitio… bueno no
quiero perder tiempo describiéndolo, simplemente si alguien va alguna vez a Casablanca y quiere ahorrarse el mal
rato que me lo diga y le hago mi no recomendación del mismo.
Como os decía el otro día, había
muchos detalles que iban sumándose y haciendo que la fascinación inicial por la
parada en la ciudad terminase convirtiéndose, como ya me habían advertido, en
una de las paradas que menos aportaron de todo el viaje, seguramente si
volviera no la repetiría, aunque soy incapaz de negar segundas oportunidades.
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Explanada de entrada a la mezquita. |
El caso es que en mitad de todos
aquellos inconvenientes “ambientales”, tuve tiempo de encontrar el momento para
profundizar en los aspectos más personales del viaje, y la primera tarde que
estuve en la ciudad, sentado en la explanada exterior de la Mezquita Hassan II, mientras me quedaba
asombrado de la altura del minarete, tuve la oportunidad de sentarme y hablar
sin prisa pero sin pausa de diferentes cuestiones con mi compañera de viaje.
Ciertamente no había nada en la ciudad en aquel preciso instante que me llamara
más la atención que estar allí, hablando de manera calmada y serena de los
motivos por los que estábamos haciendo el viaje, de nuestros caminos por la
vida hasta llegar a aquel punto, de lo que esperábamos del futuro que se nos
abría por delante en poco tiempo, en fin, de cosas que hasta aquella tarde no
habíamos podido o no habíamos querido sentarnos a hablarlas con la calma que se
necesitaba, así que fue allí, rodeados de familias marroquíes que iban a pasar
la tarde admirando el edificio en honor de su antiguo Rey, donde, después de
tantas cosas vividas y pasadas, pusimos la pausa necesaria para cuestionarnos
una y mil cosas que nos habían hecho terminar allí.
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Otra toma de la explanada, capaz de albergar a 80.000 fieles. |
A la mañana siguiente, para el primer pase del
día, estábamos puntuales a nuestra cita a las puertas del edificio, diseñado
por el mismo arquitecto que proyectó el edificio de Marruecos en la Expo de
Sevilla, Michel Pinseau. El principal atractivo turístico de la mezquita es que
es la única que puede ser visitada, oficialmente, sin importar el credo
religioso que uno profese, yo no he intentado nunca visitar otras mezquitas,
entre otras cosas porque el respeto por su cultura, su religión y sus
costumbres me parece que bien vale ser cumplido, supongo que a nadie le
gustaría que se colasen en alguna celebración de carácter privado, violando su
intimidad y sin respetar sus momentos.
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Detalles de las puertas y el suelo de mármol que contiene el edificio. |
Desde el plano puramente estético
el edificio es todo un museo en sí de la riqueza de la artesanía marroquí, no
hay un solo rincón del edificio que no tenga un detalle o una virguería típicamente
marroquí: los mosaicos que adornan sus fuentes, el mármol de sus paredes y
columnas, los detalles en madera tallada, las escayolas de los techos… toda una
muestra del buen hacer de los miles de artesanos del país que contribuyeron con
su trabajo en la construcción de tan espectacular edificio. Hay varios detalles
de la construcción que llaman especialmente la atención: la altura, el
emplazamiento y el techo de la misma. De la altura ya os he hablado y sólo os daré
un detalle más, en lo alto del minarete hay un rayo láser que apunta
directamente la dirección a La Meca
que puede verse desde varios kilómetros de distancia. En cuanto al
emplazamiento, como ya os comenté también, está situada en una península artificial
sobre el océano Atlántico, lo que hace que en ocasiones se tenga la sensación
de ser balanceado por el agua. Por último, el detalle del techo es una
verdadera obra de ingeniería pues es un techo móvil que se abre en unos tres
minutos y medio y que suelen abrir después de las grandes celebraciones religiosas
para ventilar la nave principal del edificio de 20.000 m2. El número
total de fieles que puede albergar la mezquita es de más de 100.000, unos
80.000 en la explanada de entrada y 25.000 en el interior del edificio, como
digo una verdadera obra faraónica para honrar la memoria del padre de Mohamed VI.
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Espacio reservado para la familia real. |
Terminada la visita salimos
corriendo, como tantas otras veces a lo largo de este viaje, para volver a
recoger nuestro equipaje, ya casi entero lleno de ropa “experimentada”, y tomar
un taxi hacia la estación de trenes para coger el que sería nuestro penúltimo
transporte en este viaje, el tren de vuelta a Tánger. Esta vez, imbuidos por el
espíritu aventurero, decidimos viajar con la gente de a pie, en la zona más
humilde del tren, el billete era más barato y podría ser una experiencia más
auténtica, o al menos de entrada nos lo parecía. Craso error por nuestra parte
pues la hora a la que partía el tren y la temperatura desaconsejaban altamente
cometer esa locura, pagamos la novatada. El caso es que allí hicimos nuestro
viaje de vuelta con una temperatura de unos 45º en el interior del vagón y sin
más compañía que un par de turistas que se bajaron en la siguiente parada
después de Casablanca.
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Hamman del interior de la mezquita. |
A pesar de todo, hay que ser
positivo siempre, tuvimos la oportunidad de conocer algunos lugares del
Marruecos más profundo, de las zonas fuera de los circuitos turísticos, pequeños
pueblos rurales por los que el tren pasaba y ante el que los vecinos se
quedaban mirando con la indiferencia de quien ve pasar el tiempo, ciertamente
no era nada extraordinario ver pasar un tren pero la manera en que lo hacían
tenía algo de especial que no logro describir. Cuando pasaba por todos aquellos
lugares, mi cabeza comenzaba a dar vueltas a un nuevo viaje, esta vez en otras
condiciones, con otra intención, por todos aquellos pueblos olvidados por el
sector turístico pero en los que seguro que se puede encontrar el Marruecos más
auténtico, más cercano, probablemente mucho más de lo que lo había encontrado
en Casablanca, un viaje con objetivos
más antropológicos, para profundizar en la manera de ser y de estar en el mundo
de esa gente.
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Taxi de uno de los pueblos por los que pasaba el tren de vuelta. |
A media tarde del sábado
llegábamos a Tánger, para hacer una parada técnica antes del último destino del
viaje, dejábamos atrás casi 2600 kilómetros en ocho días, traíamos el equipaje
lleno de experiencias, recuerdos, fotos, arena del desierto, anécdotas,
personas, encuentros… un viaje inolvidable e irrepetible, al menos en las
mismas circunstancias pues la experiencia de la primera visita sólo se puede
tener una vez.
Mañana terminamos el recorrido y
preparamos el cuerpo para nuevos temas y entradas más próximas en el tiempo y a
lo mejor más interesantes que las de este viaje, que además de para hacerme
conocer un poco más el país en su día, me ha servido ahora para desentumir los
dedos y volver a disfrutar del placer de escribir y plasmar ideas y
sentimientos que van almacenándose en el interior.
Un fuerte abrazo para todos y SED
MUY FELICES!!!
Pd: hoy es fiesta nacional en mi
nuevo lugar de residencia, pero, por increíble que parezca ayer también fue
miércoles aquí y
me reencontré.