Marrakech, 12.40 del mediodía,
unos 40º de justicia cayendo sobre nuestras cabezas, las mochilas, cargadas de
equipaje, experiencias e ilusiones, haciendo un doble papel de lastre y caja
fuerte, las botas colgando y dando pataditas en el culo a cada paso que daba,
dichoso y casual vaivén… todo eran prisas y agobios en esos instantes finales
antes de salir de allí, el aire no llegaba del todo a oxigenar el cuerpo y la
angustia por perder nuestro siguiente transporte aumentaba por momentos, a
partir de este punto todo estaba sin planear, no había una hoja de ruta que
seguir, todo quedaba en manos de lo que el azar nos quisiera mostrar, aunque
algún vistacillo a la guía Lonely Planet ya nos había puesto en antecedentes.
La Lonely Planet, una gran compañera de viaje. |
Como digo salimos corriendo del
hotel porque nuestro siguiente transporte, el autobús de línea correcto y
seguro de la compañía oficial del reino salía justo unos minutos después y
teníamos que llegar, como fuese, para cogerlo. Justo al lado de nuestro
alojamiento había una parada de taxis a la que acudimos a toda prisa esperando
encontrar uno que nos llevara lo antes posible a la gare routière de dónde tendría que salir nuestro bus. Primer paso
para llegar y primer obstáculo, los taxistas de la parada, una de las mejor
situadas de toda la ciudad a escasos 100 metros de la plaza Djemaa L Fna, a sabiendas del
desconocimiento de los turistas y de la facilidad para engañarlos con la
carrera nos pedían por el desplazamiento hasta la estación cuatro veces más del
precio normal, dos días antes habíamos pagado una cantidad que ahora “misteriosamente”
se multiplicaba, ninguno quería cogernos por menos del “precio de turista”, sin
duda nuestra apariencia y nuestra urgencia por salir de allí hacía muy difícil
negociar, pero después de discutir con uno y decirle que yo sabía cómo
funcionaba aquello y que a mí no me la daba porque era medio marroquí, todo
esto en perfecto dariya, decidimos
comenzar a caminar y parar alguno de los taxis que circulaban a toda prisa por
las calles de la ciudad, a escasos 50 pasos de la parada conseguimos parar a un
petit taxi que nos llevó a la
estación por el precio normal, se lo
dije al taxista y lo repito ahora, soy medio marroquí y a mí no me la da.
"A mí no me la das que soy medio marroquí", le dije al taxista. |
Llegamos a la estación con la
hora pegada a los talones y una vez nos bajamos del taxi echamos a correr hacia
las taquillas para sacar nuestro billete, al llegar la cola era inmensa y para
nuestro desánimo el segundo inconveniente del día hizo su aparición: no
quedaban billetes hasta el último autobús del día a las 22.30 de la noche, un
auténtico desastre. Salimos de la estación y, replanteando cómo lo haríamos,
preguntamos a unos taxistas que estaban allí apostados a la puerta de la
estación y nos dijeron que si allí no había billetes que no nos preocupásemos,
que había otra estación de autobuses en la que, las compañías con menos poderío
y prestigio, ofrecían también billetes para llegar a nuestro destino en el
horario más o menos previsto, aquello sonaba a raro y a “peligroso”, pero bueno
no teníamos nada que perder y, como dije antes, estábamos dispuestos a
arriesgarnos así que subimos al taxi nuevamente y a la otra estación que nos
fuimos.
La estación a la que llegamos, en
el segundo intento, poco o nada tenía que ver con la primera que habíamos
visitado. La limpieza, el orden, el cuidado de los detalles… nada tenían que
ver con los de la estación “oficial” de autobuses. Era un edificio antiguo,
añejo y crepuscular que sin duda alguna había vivido días mejores. Sin embargo
tenía un encanto que el lujo aséptico de la otra estación no tenía, ni nunca
llegaría a tenerlo. Estaba lleno de gente local, lleno de marroquíes con sus
inmensos bolsos de rafia, también cuando viajan por dentro del país cargan con
ellos, que buscaban el autobús que les llevara a su destino final o que al
menos les dejara lo más cerca posible. Las estaciones de autobuses para la
gente de a pie son peculiares, pues desde que uno entra en la estación
rápidamente es asediado por dos o tres hombres que le interrogan para saber el
destino del viaje y llevarle a una u otra agencia de autobuses de la que,
imagino, reciben una comisión por cada cliente que llevan. Nuestro destino
final era Essaouira, y curiosamente
era destino prioritario esos días, el motivo… no queráis correr demasiado.
Essaouira era la siguiente escala en nuestro viaje. |
A las 14:30 horas estábamos
instalados en los asientos del autobús que nos habría de acercar hasta la
siguiente escala en nuestra ruta por el sur, no era ni mucho menos el que
nosotros esperábamos, no era bonito, ni cómodo, ni siquiera fresco, el aire
acondicionado llevaba mucho tiempo esperando a ser puesto en marcha, pero desde
luego estábamos encantados de estar allí y en ese preciso instante viviendo esa
experiencia. El autobús, en el que la ratio locales visitante era 40 a 5(tres
americanos y dos españoles), partió a la hora prevista para el conductor, que
no era otra que la hora en la que el autobús estuviese lleno, es lo que tiene
viajar con las compañías menos potentadas. En el autobús se dio una
circunstancia curiosa que ahora os cuento, al poco de salir, justo después de
rezar y pedir porque tuviéramos un buen viaje, un señor se levantó y se puso a
narrar de viva voz las bondades de un producto buenísimo para la salud que él
mismo fabricaba y que cura todos los males pensables e impensables, a lo mejor
no son tan distintos los buses de bajo coste marroquíes y las compañías de
vuelo de bajo coste irlandesas, ahí lo dejo como idea. El caso es que el señor
ofreció el bote, para que pudieran leer las bondades del brebaje, a 40 de los
45 pasajeros que iban a bordo del bus, no hace falta que os diga qué 5 se
quedaron sin poder ver aquella maravilla de la naturaleza.
La ciudad es una joya a orillas del Atlántico. |
Aproximadamente tres horas
después de la salida, parada para merendar en Chichaoua incluida, llegábamos a Essaouira, antigua Mogador para
los portugueses, que la tuvieron colonizada en su búsqueda de la ruta hacia las
Indias, y más recientemente, momento freak, Astapor para todos los seguidores
de Game of thrones. Al llegar a la
estación de autobuses vivimos un momento bastante curioso, en cuanto se
abrieron las puertas del bus la gente no bajó del mismo si no que unos quince o
veinte chavales subieron rápido para ofrecer a todos los que venían a bordo del
bus los folletos de los múltiples alojamientos que la ciudad ofrecía aquellos
días: precios imbatibles, ofertas irrechazables, chollos por doquier y, como no
podía ser de otra manera, sustanciosas comisiones por cada turista que
consiguieran albergar en los distintos hostales de la localidad.
Essaouira, Astapor, descubrí después de verla en la serie que yo estuve allí. |
La ciudad es una auténtica joya a
orillas del océano Atlántico, su medina es Patrimonio de la Humanidad desde
2001, una ciudad de referencia para todos los surferos marroquíes e
internacionales, un lugar de
peregrinación para todos esos espíritus
libres que viajan a Marruecos en busca de una experiencia vital y, además,
es la capital mundial de un estilo de música típicamente africano, la música gnaoua, puesto que anualmente se celebra
allí el Festival de Gnaoua y Músicas del Mundo de Essaouira, y sabéis cuándo? Exacto aquella misma semana.
El cartel del festival de la edición 2012, en la que estuvimos allí. |
Mañana vuelvo y os cuento más
cosas acerca de la ciudad y del festival, que por hoy creo que ya os he dado
bastante castigo.
Un abrazo muy fuerte para todos y
SED FELICES!!!
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