miércoles, 7 de agosto de 2013

Oh sí por Alá...



Descansados y repuestos del penúltimo tramo de nuestro viaje, la tarde-noche del sábado sirvió para recuperar fuerzas, deshacer equipajes y darnos un merecido homenaje de regreso a Tánger, emprendimos el domingo por la mañana, esta vez sin prisas y sin agobios de horarios, nuestra última visita en el viaje alrededor de Marruecos, en este caso deshacíamos un tramo del camino para bajar, camino de Rabat, hasta Assilah.

La ciudad, a orillas del Atlántico, se desarrolla en torno a la antigua fortaleza  portuguesa. Ha sido un emplazamiento estratégico a nivel marítimo y a lo largo de los siglos ha ido pasando de mano en mano hasta que finalmente fue anexionada al Reino de Marruecos. Es una típica ciudad de costa, con ciertas reminiscencias a las pequeñas poblaciones costeras del litoral andaluz, pero con un toque especial, un encanto místico-misterioso que hace que sea un lugar de culto para todos aquellos que tienen más sensible su lado artístico.

Artistas preparando sus murales.
El laberinto de callejuelas de su casco antiguo está todo bañado en dos colores, los que le dan el carácter propio a la ciudad, el azul y el blanco, y los dueños de las casas no escatiman a la hora de pintar las fachadas de sus casas, pudiendo encontrar auténticas obras de arte en las fachadas de los edificios. Además, para darle aún más colorido a la ciudad y fomentar ese lado artístico de la misma, anualmente el ayuntamiento de la ciudad cede espacios en las calles para que los artistas que lo deseen plasmen en murales su obra pictórica, dejando durante todo un año su obra plasmada, es un arte efímero pues cada año cuando llegan las fechas se eliminan los murales del año anterior para dar paso a las nuevas obras de los artistas.

Uno de los murales que uno puede encontrarse por la calle.
En el corazón de la villa, en las principales calles de la medina, se suceden los comercios de todo tipo de artesanía: zapatos, cuero, plata, telas… que hacen las delicias de los turistas que la visitan y que son la principal fuente de ingresos de la economía local. Assilah es una ciudad que vive por y para el turismo.

Uno de los muchos puestos de artesanía de la ciudad.
Nuestro viaje, corto y rápido en esta ocasión, comenzó en la estación de autobuses de Tánger desde donde se cogen los taxis, de color blanco, que te llevan hasta la ciudad. La distancia de unos 45 kilómetros en dirección Rabat, hacia el sur, suele hacerse por una carretera convencional que va bordeando la costa, por lo que como os podéis imaginar, las vistas de la ruta son espectaculares. La corta duración del trayecto no implica la ausencia de riesgo, pues como he comentado en alguna ocasión los taxistas son unos auténticos kamikazes, y el hecho de que hagan la ruta tantas veces y se la conozcan tan bien hace que en ocasiones se relajen en exceso y comentan alguna que otra locura.

Algunas fachadas son auténticas obras de arte.
La jornada en sí fue bastante sencilla, la típica jornada que suele tenerse cuando se va a la ciudad, un poquito de relajante playa por la mañana, rechazando alguna que otra oferta para montar en camello( mis posaderas perdonan pero no olvidan), un paseo por la zona intramuros de la medina, comida reparadora en alguno de los múltiples restaurantes de pescado que hay por el exterior de la muralla, en esta ocasión con algún lujo extra como una refrescante cervecita (envuelta en papel de periódico para no levantar sospechas), de nuevo paseíto camino de la muralla portuguesa, con espectáculo de músicos gnaouas incluído, comprar los típicos cacahuetes, tomar un café y ya estábamos listos para emprender el camino de vuelta.

Espectáculo gnaoua junto a las murallas de Assilah.
Entre mis rincones favoritos de la visita me gustaría recomendaros dos, por si alguna vez vais por allí. El primero es un saliente de la antigua muralla portuguesa sobre el mar desde el que por las tardes uno puede sentarse a esperar la llegada del rayo verde, es un espectáculo la puesta de sol desde este punto, que suele estar siempre bastante concurrido pues es una de las fotos más típicas de la ciudad. El segundo, y definitivamente el lugar más friki de todos los que he visitado, es una pequeña hornacina que hay en una plaza al lado del Palais de Raisuli, cualquiera que la vea no le llamará mucho la atención, pero quizá después de ver el vídeo que os dejo a continuación la cosa cambie, lo reconozco es sumamente bizarro, pero yo también estuve allí.

Yo también estuve allí.
En el camino de vuelta a Tánger, mientras daba alguna que otra cabezada en el taxi, al final el miedo a la muerte en accidente también acaba dando sueño, repasaba mentalmente todos los lugares por los que había pasado los últimos días, analizaba la cantidad de cosas nuevas que había aprendido  y conocido durante el viaje, y, desde luego, no paraba de pensar en cuándo y cómo sería el siguiente, aún hoy me lo pregunto.

Imagen de una de las playas de la ciudad.
Aquí termina el relato de esta penúltima etapa de mi estancia en Tánger, en el otro lado de Al qantara, que espero que os haya aburrido lo menos posible, para mí, como dije el otro día, ha servido para recuperar las ganas de escribir y compartir momentos y experiencias pasados, a partir de la próxima entrada espero compartir momentos y experiencias de presente y de futuro, espero que lo venga os guste tanto o más como lo que habéis leído hasta ahora.

Dice una canción que “al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”, yo no sé si algún día volveré a vivir una experiencia como la que tuve en Tánger, de lo que sí estoy seguro es de que esa experiencia jamás me abandonará y siempre estará presente allí donde vaya, pues como dice el subtítulo del blog: “Allá donde vayas, siempre habrá un Tánger que necesite de ti.”

Un fuerte abrazo a todos y SED FELICES!!!

jueves, 1 de agosto de 2013

Últimas visitas



Lo que me pasó con Casablanca supongo que es lo mismo que me pasa con todas las grandes ciudades, que me parecen lugares fríos, desprovistos de cualquier tipo de ambiente acogedor, en el que  cuesta mucho sentirse integrado, no se deja de tener la sensación de ser un número más de tantos que pasan por allí al cabo del tiempo.

Sin lugar a dudas el alojamiento en el que pernoctamos en la ciudad fue, con diferencia, el de menos encanto de todos los que habíamos probado hasta ese momento, tanto en este viaje como en el resto de desplazamientos que había hecho por el país. Era un sitio… bueno no quiero perder tiempo describiéndolo, simplemente si alguien va alguna vez a Casablanca y quiere ahorrarse el mal rato que me lo diga y le hago mi no recomendación del mismo.

Como os decía el otro día, había muchos detalles que iban sumándose y haciendo que la fascinación inicial por la parada en la ciudad terminase convirtiéndose, como ya me habían advertido, en una de las paradas que menos aportaron de todo el viaje, seguramente si volviera no la repetiría, aunque soy incapaz de negar segundas oportunidades.
 
Explanada de entrada a la mezquita.
El caso es que en mitad de todos aquellos inconvenientes “ambientales”, tuve tiempo de encontrar el momento para profundizar en los aspectos más personales del viaje, y la primera tarde que estuve en la ciudad, sentado en la explanada exterior de la Mezquita Hassan II, mientras me quedaba asombrado de la altura del minarete, tuve la oportunidad de sentarme y hablar sin prisa pero sin pausa de diferentes cuestiones con mi compañera de viaje. Ciertamente no había nada en la ciudad en aquel preciso instante que me llamara más la atención que estar allí, hablando de manera calmada y serena de los motivos por los que estábamos haciendo el viaje, de nuestros caminos por la vida hasta llegar a aquel punto, de lo que esperábamos del futuro que se nos abría por delante en poco tiempo, en fin, de cosas que hasta aquella tarde no habíamos podido o no habíamos querido sentarnos a hablarlas con la calma que se necesitaba, así que fue allí, rodeados de familias marroquíes que iban a pasar la tarde admirando el edificio en honor de su antiguo Rey, donde, después de tantas cosas vividas y pasadas, pusimos la pausa necesaria para cuestionarnos una y mil cosas que nos habían hecho terminar allí.

Otra toma de la explanada, capaz de albergar a 80.000 fieles.
 A la mañana siguiente, para el primer pase del día, estábamos puntuales a nuestra cita a las puertas del edificio, diseñado por el mismo arquitecto que proyectó el edificio de Marruecos en la Expo de Sevilla, Michel Pinseau. El principal atractivo turístico de la mezquita es que es la única que puede ser visitada, oficialmente, sin importar el credo religioso que uno profese, yo no he intentado nunca visitar otras mezquitas, entre otras cosas porque el respeto por su cultura, su religión y sus costumbres me parece que bien vale ser cumplido, supongo que a nadie le gustaría que se colasen en alguna celebración de carácter privado, violando su intimidad y sin respetar sus momentos.

Detalles de las puertas y el suelo de mármol que contiene el edificio.
Desde el plano puramente estético el edificio es todo un museo en sí de la riqueza de la artesanía marroquí, no hay un solo rincón del edificio que no tenga un detalle o una virguería típicamente marroquí: los mosaicos que adornan sus fuentes, el mármol de sus paredes y columnas, los detalles en madera tallada, las escayolas de los techos… toda una muestra del buen hacer de los miles de artesanos del país que contribuyeron con su trabajo en la construcción de tan espectacular edificio. Hay varios detalles de la construcción que llaman especialmente la atención: la altura, el emplazamiento y el techo de la misma. De la altura ya os he hablado y sólo os daré un detalle más, en lo alto del minarete hay un rayo láser que apunta directamente la dirección a La Meca que puede verse desde varios kilómetros de distancia. En cuanto al emplazamiento, como ya os comenté también, está situada en una península artificial sobre el océano Atlántico, lo que hace que en ocasiones se tenga la sensación de ser balanceado por el agua. Por último, el detalle del techo es una verdadera obra de ingeniería pues es un techo móvil que se abre en unos tres minutos y medio y que suelen abrir después de las grandes celebraciones religiosas para ventilar la nave principal del edificio de 20.000 m2. El número total de fieles que puede albergar la mezquita es de más de 100.000, unos 80.000 en la explanada de entrada y 25.000 en el interior del edificio, como digo una verdadera obra faraónica para honrar la memoria del padre de Mohamed VI.
 
Espacio reservado para la familia real.
Terminada la visita salimos corriendo, como tantas otras veces a lo largo de este viaje, para volver a recoger nuestro equipaje, ya casi entero lleno de ropa “experimentada”, y tomar un taxi hacia la estación de trenes para coger el que sería nuestro penúltimo transporte en este viaje, el tren de vuelta a Tánger. Esta vez, imbuidos por el espíritu aventurero, decidimos viajar con la gente de a pie, en la zona más humilde del tren, el billete era más barato y podría ser una experiencia más auténtica, o al menos de entrada nos lo parecía. Craso error por nuestra parte pues la hora a la que partía el tren y la temperatura desaconsejaban altamente cometer esa locura, pagamos la novatada. El caso es que allí hicimos nuestro viaje de vuelta con una temperatura de unos 45º en el interior del vagón y sin más compañía que un par de turistas que se bajaron en la siguiente parada después de Casablanca.
 
Hamman del interior de la mezquita.
A pesar de todo, hay que ser positivo siempre, tuvimos la oportunidad de conocer algunos lugares del Marruecos más profundo, de las zonas fuera de los circuitos turísticos, pequeños pueblos rurales por los que el tren pasaba y ante el que los vecinos se quedaban mirando con la indiferencia de quien ve pasar el tiempo, ciertamente no era nada extraordinario ver pasar un tren pero la manera en que lo hacían tenía algo de especial que no logro describir. Cuando pasaba por todos aquellos lugares, mi cabeza comenzaba a dar vueltas a un nuevo viaje, esta vez en otras condiciones, con otra intención, por todos aquellos pueblos olvidados por el sector turístico pero en los que seguro que se puede encontrar el Marruecos más auténtico, más cercano, probablemente mucho más de lo que lo había encontrado en Casablanca, un viaje con objetivos más antropológicos, para profundizar en la manera de ser y de estar en el mundo de esa gente.

Taxi de uno de los pueblos por los que pasaba el tren de vuelta.
A media tarde del sábado llegábamos a Tánger, para hacer una parada técnica antes del último destino del viaje, dejábamos atrás casi 2600 kilómetros en ocho días, traíamos el equipaje lleno de experiencias, recuerdos, fotos, arena del desierto, anécdotas, personas, encuentros… un viaje inolvidable e irrepetible, al menos en las mismas circunstancias pues la experiencia de la primera visita sólo se puede tener una vez.

Mañana terminamos el recorrido y preparamos el cuerpo para nuevos temas y entradas más próximas en el tiempo y a lo mejor más interesantes que las de este viaje, que además de para hacerme conocer un poco más el país en su día, me ha servido ahora para desentumir los dedos y volver a disfrutar del placer de escribir y plasmar ideas y sentimientos que van almacenándose en el interior.
Un fuerte abrazo para todos y SED MUY FELICES!!!



Pd: hoy es fiesta nacional en mi nuevo lugar de residencia, pero, por increíble que parezca ayer también fue miércoles aquí y me reencontré.