Temprano, como cada día desde que
partimos de Tánger, así comenzó la jornada que abandonamos la colorida y
festiva Essaouira para dirigirnos a
uno de los puntos que más ilusión me hacía conocer y que terminó siendo uno de
los chascos que me llevé en el viaje, Casablanca.
De buena mañana, cuando aún había
gnaouitas recogiéndose de los trances
de la noche anterior, salimos a desandar el laberinto de callejones de la
medina de Essaouira para, con las
primeras luces del día, coger el autobús, esta vez sí de una de las compañías
oficiales, que nos llevaría hasta la cinematográficamente mítica Casablanca, o como se dice en dariya, ojo momento super friki, Dar Beida, sí sí como el de: “Luke, yo soy
tu padre”.
Vista de La corniche desde la explanada de la Mezquita Hassan II. |
Nuestra ruta, esta vez
planificada con una tarde de adelanto, nos haría recorrer los poco más de 400
kilómetros entre las dos ciudades abordo de uno de los “lujosos” vehículos de
una de las dos compañías oficiales, propiedad de la familia real como tantas
otras cosas, de transporte de pasajeros por carretera que operan en todo el
país. El precio del billete no era excesivo y la comodidad y seguridad que ofrecían,
a priori, los coches compensaba el coste, aunque en este caso no era oro todo
lo que relucía.
Detalle de una de las fuentes de la Mezquita Hassan II de Casablanca. |
Para empezar al llegar a la
estación e ir a subirnos al bus el conductor del vehículo nos indicó que no
podíamos subir con nuestro equipaje por lo que habríamos de dejarlo en la
bodega del vehículo, para lo cual había que abonar una tasa económica
estipulada para tales casos. En ese momento, a pesar del frescor matutino,
empezó a hervirme la sangre, como cada vez que me daba la impresión de que me
tomaban por guiri, a lo mejor en el fondo es algo completamente inevitable pero
para mí también lo era, inevitable, reaccionar de esa manera. Como a pesar de
todo me salía más barato pagar la tasa que perder los billetes y pagar otros
con otra compañía, de esas que sabes a la hora que salen cuando ya no quedan
asientos libres, me la envainé y pagué. A pesar de la “nueva tasa por
facturación de equipaje” seguíamos pensando que la comodidad del coche y la
seguridad seguían siendo razonables por el precio pagado. El coche contaba con
todas las medidas de seguridad de los autobuses últimos modelos: cinturones,
barras antivuelco, airbags… y toda esa retahíla, además los asientos era
cómodos, espaciosos y no te chocabas con las rodillas en el asiento de delante,
como digo de entrada un autobús estupendo, con lo que no contábamos era con las
“habilidades extras” de nuestro piloto, y es que el buen señor que se
encontraba a los mandos era de todo menos buen conductor. En las casi seis
horas que duró el trayecto temí más por nuestras vidas que en el resto de los
meses que tuve la oportunidad de viajar por carretera en Marruecos. El “conductor
de primera” nos deleitó durante todo el trayecto con adelantamientos en curvas
sin visibilidad, velocidad excesiva en carreteras que tenían el piso en pésimas
condiciones y, como guinda del pastel y en más de una ocasión, adelantamientos en línea continua cuando
venían vehículos en dirección contraria, desde un tractor hasta un camión con
remolque en una de las ocasiones, lo dicho un auténtico kamikaze al volante.
Como os he comentado, seis horas
después de salir de Essaouira entrábamos
en la ciudad de Casablanca. He de
reconocer que, a causa del movido viaje, no llegaba de buen ánimo a la ciudad y
la verdad es que la ciudad tampoco iba a darme muchos motivos para cambiar mi
estado.
Casablanca es la ciudad más importante de Marruecos, a pesar de que
la capital sea Rabat. Además de ser la ciudad más grande y más poblada del país
en Casablanca, tienen su sede todas
las grandes industrias nacionales, así como muchas multinacionales que operan
en el país magrebí. Estéticamente es una ciudad más cosmopolita, más
occidentalizada, que muchas de las otras ciudades importantes del reino alauita,
sin perder sus señas de identidad propia, sobre todo en materia religiosa, Casablanca está concebida como una gran ciudad
comercial en la que los grandes edificios de oficinas y de viviendas copan el skyline de la misma. Entre otras
curiosidades en la ciudad se encuentra el centro comercial más grande de todo el
continente africano, Moroccomall. Entre los barrios o zonas más destacadas de
la ciudad se encuentra La corniche, lo
que vendría a ser el paseo marítimo, en el que se suceden a ambos lados de la
calle bares, comercios y discotecas, muy occidentalizados, donde los habitantes
de la antigua Anfa dan rienda suelta
a sus placeres.
Si yo mido 1'85 esa torre mide.... |
El motivo por el que para
nosotros era motivo de parada poco o nada tenía que ver con eso, básicamente
eran dos: el mito de la película de Michael Curtiz y la Mezquita Hassan II. Respecto del primero de los motivos, decir que
la película sólo tiene relación con la ciudad por el nombre, puesto que el
ambiente que se describe en la misma, decadente y canalla, es el ambiente que
se vivía en Tánger durante la época de la ciudad internacional, principios de
los años 40, cuando en la ciudad, bajo condominio de Bélgica, España, Estados
Unidos, Francia, Países Bajos, Portugal, Italia, el Reino Unido y la U.R.S.S,
se daban cita toda una serie de ladrones, tramposos y apátridas, que forjaron
la leyenda negra de la misma, de hecho el rodaje de la película tuvo como
escenario el Hotel Minzah de Tánger, que era en la película el café
propiedad de Rick, Humphrey Bogart, en el que Sam al piano deleitaba con los
acordes del “As times goes by”. No
obstante en la ciudad de Casablanca, aprovechando
la leyenda de la película, hay una reproducción, más o menos fiel, del Rick’s
Café, en la que entre los atractivos que ofrece se encuentra una pequeña sala donde reproducen la película
una y otra vez en versión original. Yo, como mitómano de la película que soy,
allí me dirigí para tomarme algo y poder telefonear a mi padre, quien me habló
por primera vez del film, para decirle que había tenido la oportunidad de
hacerlo, pero al llegar a la puerta del establecimiento el responsable de la
entrada me dijo que no iba vestido de manera propia para entrar, mi gozo en un
pozo, al ver la decepción en mi cara el hombre se apiadó de mí y me preguntó
que si tenía intención de cenar allí y le dije que no que sólo iba a tomar algo
y que ya había dicho a mi padre que lo haría y que era una decepción no poder
hacerlo, el hombre me miró y me dijo que en ese caso podía entrar y hacer
realidad mi deseo, y allí me colé a tomarme una cerveza, a precio de oro,
mientras veíamos la película.
Allí estaba yo, tomando una cerveza y viendo la película en el Rick's Café. |
El segundo de los motivos por los
que parábamos en Dar Beida, era poder
visitar la Mezquita de Hassan II,
única mezquita de todo Marruecos abierta al público infiel. La mezquita,
erigida en honor al padre del actual rey Mohamed
VI, es una construcción extraordinaria tanto por el tamaño del edificio
como por el lujo de detalles que se contienen en su interior. Construída en una
superficie ganada al mar, puede dar cabida a unos cien mil fieles, el techo de
la mezquita es móvil, en su interior hay baños turcos y hammans. La altura del edificio, unos doscientos metros, lo
convierten en uno de los templos más grandes del mundo y en el segundo edificio
más grande del Islam, tan sólo por detrás de La Meca. En su construcción participaron miles de obreros, y los
mejores artesanos de cada especialidad del país se desplazaron hasta allí para trabajar
en la faraónica oba, que curiosamente fue subvencionada con el dinero destinado
a la ayuda a los pobres marroquíes, pues según el antiguo rey, al que está dedicado
el edificio, en su país no había pobres.
La Mezquita Hassan II, toda una obra de ingeniería a costa de los más pobres del país. |
Mañana vuelvo y os cuento más
cosas sobre la ciudad y el viaje, que ya daba sus últimos coletazos.
Un abrazo muy fuerte para todos y
SED FELICES!!!
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