lunes, 27 de febrero de 2012

Henna


Con la ilusión de un nuevo grupo de voluntarios recién llegado al Hogar me siento hoy delante de esta hoja en blanco con la intención de transmitiros esas historias y esos detalles que están dejando una marca en este libro en blanco que es el día a día en esta experiencia en la que estoy metido. Además la historia de la que quiero hablaros hoy tiene mucho que ver con esas marcas, con esas huellas que va dejando la experiencia, no sólo en mí si no en muchos de los que han pasado por esta casa.

Es bastante frecuente que algunos de los grupos de voluntarios que pasan a lo largo del año por esta casa se lleven como recuerdo de su estancia en Tánger un tatuaje de henna, una costumbre muy típica marroquí de pintarse las manos, los pies y otras partes del cuerpo con ese material que deja unas marcas en la piel que con el paso de los días se van diluyendo poco a poco, según la frecuencia con que uno se lave y dependiendo de la intensidad con que se haya impregnado la piel con el material en cuestión.
Polvo del que una vez mezclado con agua se obtiene la pasta con la que se hacen los tatuajes.

La materia prima consiste en una especie de polvo que mezclado con agua crea un barro que posteriormente aplicado con una jeringa y con muchísima maña y paciencia, pueden llegar a hacerse verdaderas obras de arte. Una vez aplicado hay que dejarlo secar durante unas horas para que la piel se impregne del tinte que el barro deja en la piel y que una vez retirado de la misma haga dejar marcado el tatuaje en cuestión que la persona que nos la haya puesto nos hubiera dibujado. En Marruecos las mujeres suelen tatuarse de henna para las ocasiones especiales, pero sobre todo en las bodas donde es uno de los rituales fijos en toda celebración nupcial.

Más allá del momento puramente estético, yo suelo pensar que esos tatuajes de henna, que los chavales se llevan hechos como recuerdo, son una manera muy gráfica de mostrar su intercambio cultural con la gente del país en el que han estado pasando su experiencia, con dos connotaciones bien distintas ya que por un lado es positivo ver el nivel de inculturización al que han llegado en tan sólo una semana y por otro lado está el tema del consumo de experiencias, es decir aquellos que consideran que su experiencia no está completa si no han podido tatuarse y que han decidido tatuarse por el mero hecho de vanagloriarse de su viaje misionero, que no experiencia.
Hechos por manos artesanas los tatuajes son verdaderas obras de arte, efímeras pero bellísimas.

Yo personalmente me he tatuado alguna que otra vez con henna, con las consiguientes sonrisitas de los policías de la Aduana al día siguiente, pues el tatuaje con henna suele ser una costumbre exclusiva de las mujeres, pero no han sido tatuajes de esos para fardar, más bien han sido chorradas que me han parecido graciosas en el momento y que sin pensármelo mucho he decidido dejarme marcadas temporalmente en la piel, tonterías como “Soy una rumbera” o “Amor de madre” han estado tatuadas con este material alguna vez en mis brazos, básicamente porque me gusta reírme de mí mismo.

De dónde no se me ha borrado nunca el tatuaje ha sido del corazón, no sé si por la calidad del material con el que me tatué la primera vez que vine o porque cada día repaso las líneas que trazan ese nombre, esas seis letras por las que a día de hoy cada latido cobra sentido.

Un fuerte abrazo a todos y ¡¡SED FELICES!!

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