miércoles, 8 de febrero de 2012

Rememorando viejos tiempos


Como os comentaba en la entrada de ayer, hoy han llegado los primeros voluntarios de este año al Hogar Padre Lerchundi, son un grupo de jóvenes adolescentes que en mitad de su ajetreado, a la par que agobiadísimo, curso escolar han sacado unos días para, acompañados como no puede ser de otra manera por unos responsables de su centro educativo, venir hasta esta ciudad a conocer una realidad diferente a la que ellos viven en sus casas, allá al otro lado de al qantara.

Al verlos he recordado como fueron mis primeros momentos aquí en Tánger, suele pasarme con frecuencia que cuando vienen los grupos y empiezan a descubrir lo que aquí se vive acuden rápidamente a mi memoria recuerdos de la primera vez que yo vine, las sensaciones que tuve entonces y algunos recuerdos, como el que hoy ha vuelto a venir a mi memoria y que me gustaría compartir con todos vosotros.
Este es el grupo con el que tuve la suerte de compartir mi primera experiencia en Tánger.

Corría el mes de abril del año 1998 cuando aparecí por aquí por primera vez en mi vida, venía acompañado de un grupo de compañeros de clase y de colegio, bajo la supervisión de un sacerdote y varios profesores del centro, la verdad es que veníamos como auténticos conejillos de indias, pues era la primera vez que venía una experiencia de este tipo, de un colegio, desde que se había abierto el Hogar Lerchundi, en el año 1995. No sabíamos muy bien a lo que veníamos ni siquiera lo que nos íbamos a encontrar en aquella ciudad, de la que yo personalmente poco sabía antes de oír su nombre y aceptar la propuesta que me hicieron de venir a vivir una experiencia misionera cristiana en una ciudad de un país islámico muy próximo al nuestro.

Recuerdo con especial cariño muchos de los detalles y anécdotas que viví aquellos días, son muchos los recuerdos que me vienen ahora a la cabeza, podría estar escribiendo horas y horas sobre aquellos días, pues como digo hoy han vuelto a venir a mi memoria aquellos primeros instantes, la situación en la que estaba entonces la ciudad, el Hogar y el resto de las casas, a las que ahora siguen yendo los grupos de voluntarios, poco tienen que ver con el estado actual, como muchas otras cosas han sufrido un cambio espectacular, se han ido adaptando a nuevas realidades y necesidades que han ido surgiendo con el paso de los años.
Una de las cosas que recuerdo fue la visita a las casas de los chicos que estaban en la carpintería.

Sí que me gustaría compartir con vosotros una de las primeras sensaciones que tuve aquellos días, concretamente el primer día. Recuerdo que llegué a la casa que los Hermanos Franciscanos de Cruz Blanca tienen en Tánger, donde atienden a chicos que padecen deficiencias físicas y psíquicas. Me viene ahora a la nariz el olor tan “sorprendente” que me golpeó aquella mañana y que me hizo dar unos cuantos pasos hacia atrás cuando abrieron la puerta y descubrieron el “pastel” que allí había, recuerdo que di varios pasos hacia atrás hasta que la mano de quien venía con nosotros de responsables en aquella experiencia me sujetó y me empujó hacia delante, recordándome que yo había venido a Tánger a vivir una experiencia y que por muy desagradable que pudiera resultarme aquel panorama a esas horas de la mañana, era lo que debía hacer y punto.

Recuerdo haber pasado mucho miedo en aquellos primeros momentos, me sentía atemorizado ante aquellos chavales y además me sentía impotente porque no terminaba de entender qué pintaba yo allí exactamente, al final, justo cuando ya terminaba la semana encontré la respuesta a mis dudas y la calma a mis miedos, la respuesta fue un gesto de cariño de uno de aquellos niños que días antes me habían hecho sentir un pánico tremendo, se acercó a mí cuando estaba haciendo las tareas diarias del sitio y sin esperármelo me miró a los ojos, me dio un beso en la mejilla y me sonrió, tan pronto como hizo eso mis ojos se convirtieron en un mar de lágrimas, había comprendido cuál era mi cometido, por qué estaba allí.
No olvidaré aquellos primeros días en Tánger y, especialmente, a Tahiri.

Como os decía ayer es una alegría tener la casa llena de gente, de jóvenes con los que compartir esta tarea y esta experiencia que estoy viviendo aquí en el Hogar Lerchundi, además la llegada de gente que viene por primera vez a la ciudad me ha servido para acordarme de mi primera vez, aquella que fue la semilla de toda esta aventura en la que a día de hoy estoy embarcado.

Un fuerte abrazo para todos y ¡¡SED MUY FELICES!!

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